lunes, 3 de diciembre de 2012

Terapia grupal

He de reconocer que mi trabajo, salvo épocas excepcionales, es relativamente tranquilo, en comparación con otros. No estar cara al público, contar con mi propio espacio donde poner la música que quiero, poder usar el móvil para una charla por whatsapp o mirar los interneces facilita que no me estrese demasiado. Es verdad que siempre hay tareas que hacer pero, excepto que surja una emergencia internacional tipo "Salvemos la cacatúa de pico violeta del río Suriraya en el Amazonas", las voy priorizando o alternando para que vayan saliendo poco a poco sin dejarme nada atrás.




Eso es lo que suele ocurrir. Salvo épocas excepcionales, como señalé. Y hemos, mejor dicho he, tenido una de esas épocas. El mes de noviembre ha sido de lo más infumable que ha pasado en mucho tiempo. Primero un curso de tres semanas que he impartido a compañeras (todas mujeres) que ha sido un dolor. Teóricamente es un curso online (ja) pero, claro, teniendo en cuenta que esto no es demasiado grande (incluso podemos obviar el demasiado) y que en dos segundos te lo recorres pues no es extraño que se planten en tu puerta, con ojos de corderito degollado para que les expliques/eches una mano. Y ahí va uno planta arriba planta abajo a sentarse con algunas (otras son bastante autosuficientes) para que realicen las actividades y explicar porqué algo no sale como debería. Lo peor es que son la perfecta muestra de que vamos dejando las cosas para el final y la última semana del curso ha sido un no parar a pesar de los avisos que les daba para que se pusiesen las pilas.

Cuando ya pensaba relajarme redactando la memoria del curso y realizando actividades más tranquilas (físicamente hablando que lo de quemar neuronas es un no parar) va y se reincorpora mi jefa de una baja maternal después de tropocientos meses. Y fue instalarse, llamar para ponerse al día y seguir con más curro. Y es que cuando parece que no hay dinero porque durante todo el año has estado llorando pidiendo cosas y te han dicho que no hay ni para pipas, llega el mes de noviembre y se descubren pequeños remanentes de capital. Como si te sientas en el sillón de tu casa y descubres por casualidad un billetazo de quinientos euros que no sabes cómo ha acabado ahí. Mismamente como en la vida misma. Así que nos pusimos con un expurgo (eliminación/destrucción para los profanos) que tenía que hacerse sobre la marcha porque el 30 de noviembre se cierra la contabilidad. Y no piensen que eliminar quinientos y pico cajas es fácil. Pero, vamos, que ya está hecho y el parto ha salido bien. Además, hay que aprovechar porque el año que viene va a ser más jodido (aún) que este que ya acaba. Y van...

Ah, y sigo liado con cosas de la casa nueva. De esas menudencias y chorradas que parecen poca cosa pero que te quitan un tiempo precioso para actividades más mundanas y lúdicas como ver series de televisión, películas, leer. O actualizar blogs...




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